Esperando impaciente el colectivo, aquella mujer que rondaba por los treinta, degustaba con inquietante lujuria aquel alfajor que se comrpó guiada por su gula.
Con un placer completamente carnal lo deboraba a su tiempo, manteniendo la mirada fija hacia barrancas, por donde vendría su tan esperado colectivo.
Entre esos gigantes tarascones que arrancaba de aquel pobre alfajor, se impregnó en su comisura derecha una mancha de chocolate derretido, algo perturbadora para los ojos ajenos.
De todas formas, a nadie le importó mucho, disfrutaban de ver a la mujer en ese estado de plenitud y alegría, disfrutando de aquel tonto alfajor.
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