Y es de nuevo un terrible miércoles, donde el escaso relax que había traído el pasado sábado se desvaneció en la oficina, en el semáforo que jamás alcanzó el verde, en la barrera que bajó durante ese interminable tiempo sin ningún tren que pase sobre las vías.
Y solo nos queda la odiosa melancolía de esperar a que pase la restante mitad de semana.
Y acá nos encontramos todos, en este mediodía sin hambre, en el calor del 44 que nos hace cerrar los ojos y olvidarnos que todavía nos falta preparar el almuerzo y volver al trabajo, innumerables veces.
Entonces nuestras cabezas caen, pesadas como bolsas de piedras, sobre algún otro hombro sudado y ajeno, que sirve de todas formas como algún tipo de sostén.
Y ahí veo, a aquellas filas de asientos dobles y acompañados.
Y ahí me veo a mi, resguardada contra el frío vidrio, mientras el viento que entra por la ventana choca contra mi cara solitaria.
Micaela, Pessagno Szejer.
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