Aprendí a lavar los platos con agua hirviendo, hasta que se me formaron callos en los dedos,
hasta que la vajilla relució como ninguna otra, hasta que mis manos escurrieron la sangre mas fria y mi frente el sudor mas tibio.
Aprendí a lavar la ropa a mano limpia, jabón blanco, sabanas interminables, fétida suciedad ajena.
Aprendí a hacer las camas infinitamente hermosas, acolchados perfectamente estirados, sin ninguna arruga o bulto de por medio.
Aprendí a lavar el piso hasta que quede magnifico, reluciente, pulcro, sin importar mi espalda encorbada, todo aquello valía la pena en ese entonces.
Todo, hasta que los platos se mancharon.
La ropa se ensució.
Las camas se arrugaron.
Y el piso oscureció.
Nuevamente.
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