lunes, 9 de noviembre de 2009

Un hombre.

Un hombre. Edad media, apariencia media, barba algo crecida, pelo descuidado, alto, pero no tan alto, espalda ancha.
No piensa en nada (los hombres tienen la verdadera habilidad de poner, cuando quieren, su mente en blanco) sentado en su cama, recien levantado, viendo la hora que marca el reloj en su mesita de luz.
Se acomoda, gira su cabeza y sus brazos, la mira a ella, y la abraza.
Su pecho queda contra su espalda, muy cercanos el uno al otro, sus brazos rodean la cintura de ella, la toca suavemente, no quiere despertarla.
Respira profundo y exala con aire aliviado.
La mira, no puede evitar mirarla.
Ella, semidesnuda, piel tersa y algo perfecta, se ve en un completo estado de paz, durmiendo con esa sonrisa dibujada en su rostro que le sienta tan bien.
Es una verdadera mujer y él lo sabe.
Despertandose poco a poco, gira hacia él, lo ve con sus ojos achinados de recién levantado y ella sonríe aún más.
Él la ve a los ojos. Ella lo ve a los ojos a él.
Él se contrae hacia atras, algo asustado, con cara de preocupación, mira hacia abajo, la vuelve a mirar pero ésta vez sonriendo.
Acaba de darse cuenta, la ama.

1 comentario: